Al terminar tu camino ...
'Lugar de espiritualidad
San Francisco de Asís'

“El verdadero camino consiste en descubrir las raíces del ser”.

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La vida es un misterio, una búsqueda constante que nos lleva a aceptar eso que no podemos explicar. El Misterio. Y es precisamente ese misterio el que sostiene nuestra existencia.

Todo comenzó con una rosa y un manojo de llaves. La música gregoriana envolvía la oscuridad de la noche, silenciaba los pasos y el susurro de las palabras de los peregrinos y los guiaba hasta la puerta abierta del oratorio del Convento Franciscano de Santiago de Compostela.

Un solo punto de luz mostraba, ensalzaba la imagen de un Cristo vivo, un Cristo luminoso, un Cristo glorioso colocado ante el ambón. El Cristo de San Damián. Los peregrinos iban tomando asiento en los bancos situados en la penumbra que dibujaba el foco tras de sí. La música seguía sonando pero se podía gozar del silencio, ese silencio tan difícil de encontrar en la monotonía acelerada de nuestras vidas. Después, la Luz de las palabras de Paco iluminaba sus rostros.

Algo mágico sucedía cada noche, algo que podía palpar en el ambiente, algo que podía leer en cada cara, en cada gesto, en cada lágrima derramada, algo que no puedo explicar pero acepto confiada la presencia del Misterio, porque al fin, es lo que sostiene mi existencia. No podía dejar de contemplar sus caras y preguntarme ¿qué buscan? Y Paco nos hablaba del camino del amor, de ese camino que conduce hacia la felicidad plena, y afirmaba: “a esa felicidad yo la llamo Dios”. Así de sencillo.

Y es que en el convento de San Francisco de Santiago de Compostela, que acoge fraternalmente a peregrinos llegados de cualquier parte del planeta, se abrían cada noche senderos de luz y esperanza. Aquel lunes, 4 de Septiembre, me recibieron en el convento de San Francisco con una rosa y un manojo de llaves. La rosa fue el prólogo de todas las cosas hermosas que viviría durante la semana que estaría como hospitalera. Las llaves, el símbolo de toda la confianza que depositarían en mí.

Soy peregrina. Sabía que la experiencia de acoger a peregrinos sería enriquecedora. Todos coronan su meta, Compostela, con las ilusiones a flor de piel, cargados de vivencias que necesitan compartir. Cada día, a las cuatro de la tarde, abría emocionada la puerta del alberque. Me gustaba cruzar la mirada con la de cada peregrino, percibir su alegría, invitarlos a ponerse cómodos, pero sobre todo me gustaba escucharlos. A veces sus vivencias eran tan profundas, tan hermosas que me hacían sentir compañera de camino, compañera del camino de la vida, porque al fin el camino es el aprendizaje de toda una vida dentro de tu vida.

Sí, el camino es un “master de la vida”. Y cada noche, cuando la música gregoriana envolvía el silencio y un solo punto de luz mostraba la imagen del Cristo de San Damián colocado ante el ambón. Cuando una vela, símbolo de la paz, pasaba de mano en mano iluminando el rostro emocionado de los peregrinos, Paco nos contaba que el secreto del camino radica en que no concluye en Santiago de Compostela, sino que es precisamente allí donde comienza. Y afirmaba: “Tu vida es un camino”. Sí, la vida es un camino y un misterio.

Yo fui al convento de San Francisco a acoger y me acogieron, fui a servir y me sirvieron, fui dispuesta a dar lo mejor de mí y me enseñaron lo que es la verdadera entrega, la que no espera nada a cambio, la que se hace desde la alegría y el amor. Busqué a Dios en el silencio del convento y lo encontré en la vida de los frailes Franciscanos, en el alberque de transeúntes, en la acogida a peregrinos, en cada lámpara que mantienen encendida irradiando la luz de Cristo. De verdad me sentí en la casa de San Francisco.

No puedo explicar con palabras todo lo que viví durante la semana que estuve como hospitalera. No sé como contar que volví junto a mi marido y mis hijos llena de alegría y de paz, con la esperanza renovada. En realidad lo que deseo es poder contarlo con mi vida, tal como me lo contaron a mí. Y que algún día, en el camino de la vida, alguien me vuelva a recibir con una rosa y un manojo de llaves.

TEODORA GACHO CONDE
teogacho8887@wanadoo.es

Voluntariado Franciscano para la acogida de peregrinos/as

Bendición de San Francisco de Asís

El Señor te bendiga
y te guarde;
te muestre su faz
y tenga misericordia de ti.
Vuelva a ti su rostro
y te conceda la paz.
El Señor te bendiga,
hermano León.

Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.

 

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