Valor para cambiar
Valor para pedir perdón
Y se hizo la luz,
y tocó su corazón,
y se hizo el amor,
y sus palabras se elevaron.
No le faltó valor para sentir,
no le faltó valor para arrepentirse,
no le faltó valor para acercarse.
Y de su pena, de su perdón,
nació la esperanza,
brotaron las palabras de otros,
y compartieron su luz.
Esta poesía narra un pequeño milagro: la transformación del amor en necesidad de reconciliación, en necesidad de paz, quizás un milagro cotidiano pero no por ello rutinario, más bien sobrecogedor e iluminador del camino de la vida. Érase una vez un peregrino que llegando el momento de descanso al final del día, se adelantó a otros, ellos eran un grupo numeroso, todos jóvenes, acompañados de un guía espiritual. Su indignación fue palpable cuando no hubo lechos suficientes para tan numeroso grupo, dos tuvieron que buscar otro cobijo, bajo la tranquilidad de que si no encontraban descansarían aunque fuese en lecho duro, las puertas no se les cerrarían. Pero no todos estaban en paz, estaban enfurecidos con el hombre que en su adelanto sí tenía cobijo. Así, transcurrió la tarde en paz y llegó el anochecer y con él los dos buscadores de cobijo. Encontraron las puertas abiertas y un lecho para descansar. Y, como cada noche, nos dirigimos juntos a la oración, y allí sucedió el milagro. Cuando compartimos la luz, tras la reflexión y en medio de un fondo musical celestial, se elevó una voz, una voz firme, una voz valiente, era el hombre pidiendo perdón por las ofensas cometidas, transmitiendo paz y nuestra alma vibró con él, sentimos la gracia de su reconciliación.
De su valor surgió la palabra de otros y compartimos la paz: el milagro había tenido lugar en casa.
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