La pobreza es el distintivo de la propuesta franciscana, vivir sin propio, de modo que cuando seamos destinados a otro lugar nos baste una sencilla maleta para llevar todas nuestras propiedades. 'Nuestras' casas y nuestros medios son una riqueza de la que somos gestores, no propietarios, no las cuidamos y atendemos para engorde propio, sino como parte de nuestro trabajo, al que nos sabemos enviados. Sabemos la urgencia de estar alerta para que nuestra rutina no nos permita escandalizar por acomodarnos en nuestros espacios.