POESIA ( y prosa) de HERBON [i] .

Glosas por libre al libro POETAS DE HERBÓN (El Mundo 2005), 

al gusto de José García Oro.

 

HERBON, SAN ANTONIO DE: Antiguo eremitorio de los Frades da Prove vida, de la Baja Edad Media; Colegio de Misioneros de Propaganda Fide en tiempos de la Ilustración; Colegio Seráfico (seminario menor franciscano) del siglo XX. Así cabe citarle en un Diccionario Universal al uso, a sabiendas que apenas hemos trazado un indicador de ruta. 

Solar de trovadores: las palmeras de Juan Rodríguez del Padrón.        

 

Si alguien quiere verificar la cita, topará con la historia, la espiritualidad, la acción misionera… la escuela y la vida que nos han hecho hombres desde nuestra infancia. Si se acerca y quiere ver, descubrirá lo inédito y deslumbrante: un típico huerto conventual en el que alternan jardines, plantíos, prados, viñedos emparrados, madrigueras de vegetación desbordante, laderas arboladas, espacios deportivos. Si se sienta y quiere probar, desgustará  naranjas, manzanas, nueces, castañas, cerezas, claudias, ameixas… quiwis. Sorprendido,  se dirá: quiero ver y pisar cada rincón: los encumbrados bosques de robles, castaños y pinos;  la viña del Cardenal con sus emparrados y sus paseos de ermita; el huerto, queriendo parir hortalizas de todos los gustos; los prados, queriendo ser corona de una alberca; las alamedas y jardines en sus sucesivos planos, clamando por el bullicio juvenil de cientos de muchachos vociferantes. Y rematará su andadura en los rincones más conmovedores: los de las poderosas  y mansas fuentes de San Francisco y San Antonio, las seculares surtidoras de la Hermana Agua de los frailes y colegiales.

 

Nuestro visitante ha encontrado un inesperado oasis de vegetación ferviente, que es apenas el seto del jardín inédito que sólo puede recorrer con la linterna de la cultura. Si vence la reverencia y se atreve a entrar se verá sobrecogido. En una yuxtaposición chocante entrará en un Palacio cardenalicio del Renacimiento llamado comúnmente El Cardenal; recorrerá silencioso un pabellón típicamente conventual, una gigantesca jaula de pequeñas habitaciones enmaderadas, sobre un salón rústico que se llama Refectorio; apéndices laberínticos en los que se acomodan antiguas oficinas y depósitos e incluso un apéndice misterioso  de aparentes colmenas  con sus pasadizos y escaleras, con su centro en un viejo salón abalconado, la “sala de corcho” que quiere ser un paraguas sobre el huerto. El recorrido tortuoso y deslumbrante le va recogiendo en nuevos rincones, esta vez  bien  contrastados: una iglesia barroca cuajada de altares dorados en los que hablan los santos y mártires franciscanos, desde San Francisco y San Antonio hasta Fray Juan Jacobo Fernández; Vírgenes blancas como las inmaculadas y morenas como las de Guadalupe; Cristos conmovedores que ostentan sus llagas y dolores, en capillas y altares; un claustro barroco de esquema lineal en cuyos entrepaños se leen los versos y cánticos que los misioneros conmovía a sus feligreses. Y finalmente el Herbón académicos: la gran C que esquematiza lo que fue el Colegio Seráfico, que conserva su típica estructura de largos claustros con sus celditas incrustradas, convergentes hacia los espacios comunitarios: aulas, laboratorios, bibliotecas, lavabos, con su sobrio oratorio en el centro.

 Es solo la cita alusiva;  un esqueleto que recubrieron de carne y noticia los cronistas e historiadores: los cronistas de los siglos XVII y XVIII Jacobo de Castro,  el Padre Herosa y el P. Ramón Blanco. Su relato y el collar de documentos herbonenses exhumados por el historiador Fray Atanasio López son un importante capítulo de historia gallega y franciscana que nadie puede preterir.

 

El Herbón inédito: el  Colegio y sus hombres.

Pero falta el capítulo final: los últimos cien años de Historia de Herbón , es decir el capítulo académico, colegial y artístico que ha transfigrado a Herbón, dándole una nueva efigie universal que es la de plantel franciscano.

Esta historia reciente tiene capítulos angulares que desarrollar:

 El institucional de la idea y el programa de un seminario menor, empeño ciertamente nuevo en la experiencia histórica franciscana del Antiguo Régimen, que supuso un  fuerte cambio de mentalidad y sobre todo un compromiso institucional de gran envergadura por lo que toca a ideario, didáctica, programa y didáctica, concepto disciplinar y vocacional;

El empresarial que supone escoger la sede, acondicionar el edificio, reformar sucesivamente sus espacios. Herbón sumó a su espacio conventual el nuevo edificio colegial.

El directivo y formativo que obligó a establecer un equipo de formadores y un claustro de profesores, que demandaban reformas constantes. En Herbón hicieron su historia personal y profesional, muchas decenas de frailes que ejercieron los oficios de rector, maestros de disciplina, directores de coro, profesores de Humanidades y asistentes en los quehaceres domésticos.

El colegial de unos muchachos de muy varia procedencia y nivel, que en Herbón fueron equipados y nivelados en su preparación y dedicación escolar y esbozaron buena parte de sus currículos poniendo en marcha sus cualidades artísticas, literarias y musicales.

En Herbón quedó la huella de muchos hombres de gran aliento y estilo:

Rectores como José Villalonga, José Furelos, Antonio Fernández Gil, José Vázquez Vázquez, Emilio Rodríguez, José Casal, Martín Carbajo;

Educadores de buen estilo como Bautista Costa, José Aller, Luis Sanmartín, Gonzalo Diéguez , Francisco Amigo y Antonio Tembra supusieron cambios cualitativos en el la pedagogía colegial;

Profesores muy creativos como José Vila, Angel García, Sergio Alvarez, Leoncio Villanueva, Manuel Feijóo, Feliciano Gómez , Fermín Gómez.

Músicos de gran inspiración y de gran producción como Manuel Feijóo.

Animadores religiosos como José Luis Dieguez Añino o José Luis Arias afrontaron con coraje las nuevas perspectivas cristianas preconizadas por el Concilio Vaticano II.

En esta procesión de frailes de Herbón hay un gran retablo de hombres de Dios, émulos de los mejores modelos hagiográficos de nuestras Crónicas: Fray Gregorio, Fray Serafín, Fray Rogelio, Fray Benjamín, Fray José Cid, Fray Raúl, Fray Leonardo, Fray  Abilio Tomás.

 Esta es la Prosa elemental  y no escrita de Herbón.

 

Los poetas de Herbón: ¿el Parnaso o el Arca de Noé?.

Herbón fue un nido de poetas. Infancias y amaneceres. Cantares y orquestas. Viñedos  y  frutales en sazón. Pajaros cantores en sus carballeiras. Rosales perfumadores y fuentes vírgenes. Todo apenas la sombra de un coro permanente de “pueri cantores” y deportistas en ciernes. Y siempre Música: en la Iglesia, en el oratorio, en los salones, en las clases. Un  enjambre de duendes luminosos que entraban en ojos y oídos y se pegaban a la piel. Y los colegiales  se fueron en su día con esta linterna multicolor. Hoy están en varios continentes, con preferencia en Europa y en América; caminan por rúas y autopistas; son maestros y profesores, artistas del pincel y del pentagrama,  empresarios y más que nada papás. Y cuando encuentran un amigo, les salta la cita: YO FUI DE HERBÓN. 

 Es que esta gran orquesta con sus vibraciones en la memoria se hizo savia y sangre y quedó en el corazón de los colegiales. Y hoy es un torrente de emoción, que va desde la emoción al verso y a la canción.Una pléyade de vates acaban de versificar esta poesía innata de Herbón. Su decir y sentir no se ha quedado en sus carpetas. Alguien ha buscado con linterna de amor tanto verso y los acaba de poner en público. Es  el Libro de Oro de Herbón, que decía y hacía el P. Feijóo. Se intitula POETAS DE HERBÓN.

 Abrimos el  Libro de los poetas de Herbón, como si entrásemos en el Arca de Noé. Es un inconmensurable bazar de  de sorpresas o un interminable camping de aventureros. A la entrada cubierta idílica: la casona conventual cercada de bosque exuberante. Llamamos al portalón, y nos abre  el Angel del Buen Consejo que las gentes citan como el Bienaventurado Juan José. Es todavía mozo esbelto; con sonrisa de tertuliano y brazos siempre abiertos. Con piel curtida y estilo azoriniano, dice, presenta, anuncia…Y se entiende. Nadie adivinaría que con este ropaje de excursionista se presentase el Catedrático y Filósofo salmantino, Dr. Rodriguez Molinero. ¿ El Tostado, Fray Luis… Unamuno?. Chi lo sa.

 Hay que avanzar y adentrarse en este rincón exótico. Y viene la sorpresa: una intrincada galería de estampas y polípticos  que miran al viajero y hablan sólo en verso. La lista- guía es larga y variada. Una procesión  que encabeza un pequeño cortejo  curas, acólitos y sacristanes y  mueven festivos romeros.

 Con el incensario en la mano marchan: 

Fray Sergio Alvarez, el célebre profesor compostelano de Latín y Griego, con su mirada pastoril que dicta poemas latinos a Herbón, loores a Noya y estrofas pías a la Eucaristía  y su “madre divina” Santa María.

Fray Gaspar Calvo Moralejo, un zamorano que gusta del paisaje gallego, teje versos de amapolas y espigas y conversa de caballero andante con la Virgen Dormida y con los santos.

Fray Feliciano Gómez Vigide, heredero de los “milagros” de O Corpiño, mira al mundo y al cielo desde su amado Monte Carrio, ahora replantado de molinos de viento, y nos dice primores de Nuestra Señora y de los Santos.

Fray José Isorna, el prolífico literato de riveras mágicas y hombre de sonrisas mil, brinda en un pequeño retablo los sueños y las sementeras de una Galicia de brétemas.

Fray Santiago Agrelo, maestro romano y compostelano, que se siente eremita y mareante, pero más que nada salmista del Señor y lo dice en estrofa y lo rumia en cantar: cuando mira a los cielos estrellados de la noche espejada en el mar; a las cumbres bercianas cuajadas de ascetas ramificados; a la inocencia las miradas de los recién nacidos.

Siguen los cofrades, con sus antorchas en procesión otoñal:

Domingo Barreiros Lago, es como un barco de Louro que sale de su pequeño muelle para adentrarse en el océano. Allí, en la inmensidad del azul y de la luz musita  y canta  en su vibrante verso gallego a quienes dejaron sello en su vida, desde Celso Emilio Ferreiro y Luis Pimentel, genios y cumbres en el cielo poético de Galicia, hasta los pacatos vecinos que saludaba cada día y ya no están y le pone música a las tradiciones jacobeas y a los monumentos megalíticos da Terra Mai..

Angel López Soto es el cantor de las apariciones y fantasmas: en los cielos, Cristo en Ascensión; el Niño de Belén y su cuna, el amanecer y el ocaso; en la tierra, uno que otro Judas; relojes crueles que se comen el tiempo. Pero siempre la estampa viva  del recuerdo: el Ulla, lamiendo los muros de Herbón.

Pedro García Fernández, “el de Avilés”, asturiano de gracia y ágila de los pensamientos, tiene muy perfilado su rosario. Es pensador de la caducidad y agudo adivino de vía profética, cuando se quiere decir la palabra de la propia Fe. Es interlocutor de pensadores y forjadores de imagen con los que entretiene sus silencios. Pedro quiere como siempre romería viva en la que suenen todas las músicas válidas y sean posibles todas las alternativas que va deshojando la vida. Lo ves y le escuchas, y siempre parece decirte: HAY MAS…

 José Ramón Mariño quiere recorrer el mundo como sonámbulo: ve las luces apenas despuntando; los conciertos de la naturaleza desafinados por los cuervos; sólo queda el mayo de la alegría que todavía llega puntual.

Ramón Rey García  recorre el mundo de sus recuerdos con el tenue candil de una esperanza curtida y camino de un yermo de madurez. Todo vale; todo fue a su tiempo; en todo estuvo, contento o despistado. Ahora le pone sentido caduco y solidez de piedra, se trate de las ovejas de Louro, en procesión; del mar incomensurable de Playa Mayor; o de las Hermana Muerte que desde un horizonte lejano parece decir: Tu también. Pero, eso si, sin ovidar nunca al “paraíso deshabitado” de Herbón.

Carlos Reza Castro dialoga con las coruxas y comparte sus predicciones y augurios. Hubo otros tiempos que ya corrieron. Los de ahora son fugaces y asedian con sus prisas en la calle, mientras derraman soledad en el corazón desconcertado: “cantares sin palabras”, amores volátiles,… “follas xeadas”.

Francisco Herbón, vikingo sonriente entre las nieblas de Isorna, es  el harpa de los testigos de Dios en la naturaleza: los “paxariños que cantan no peito”, como los sentía Valle Inclán; las tiernas fuentes de su aldea; el berce dorado del Niño Jesús; los mensajes de los vientos de la Ría y las sonrisas de las despedidas amargas. A la cita viene incluso la “brisa franciscana” de la infancia que sigue alentando afanes de la madurez.

Julio Seijas Fernández es NOYA en fiestas, penas y amores. Se ve deambulando eternamente por sus rúas, escuchando a sus pájaros vibrantes, asombrado ante la majestad de sus montes. Y así hasta “cuando la noche venga y sea mi cuerpo bruma”.

Manuel María Pena Silva, louretano como la mayoría de los vates, quiere ser alondra del pensamiento y a la vez testigo de la palabra cercana. Sabe que eso es llamar a todas las puertas a sabiendas de que la mayoría están “pechadas”; que “espallarse no mar” es sólo un sueño, porque te asaltan en tu travesía los latidos más vivos: “o meu meniño”, “naiciña”; papai Manoel, “roubado por la morte”. Y te quedas con el mejor deseo: “hei plantar unha arbore frontera”.

Antonio Cela Isla, con sus apellidos de linaje literario y su empuje de empresario en las grandes urbes hispanas, es el tertuliano de cada cita, como si estuviera jubilado. Hace el repaso de sus rincones valdeorranos; el abrazo prolongado de sus compañeros; y empuja el carro de los proyectos literarios como esta magna cita de poetas. Es el sauce de las mil ramitas armónicas que no se atreven si siquiera a engordar, por hacer conjunto y orquesta. Su poesía es currículo, memoria vida y acaso testamento. En Herbó será siempre recordado como el Mayordomo de Caná.

 Nuestra romería se acaba en una carballeira de robles añosos que hablan del Arbol de la vida y de sus poderosas ramas. Así también el Arbol de la poesía de Herbón. Tiene ramas tiernas, vivas, agitadas; tiene también brazos corpulentos. Estos ya han andado su camino y dado su fruto. Ahora los guardamos en nuestros hórreos de millo sazonado. Escribir Faustino Rey Romero, Agustín González  o Luciano Piñeiro González es salirse de la comitiva; ascender al paraninfo de los inmortales y decir solamente SI. Son y serán ellos hoy y mañana y mientras el mundo sea. Lo dijeron y lo vivieron y sólo los nombramos con gesto reverente. A su lado cantaron también los rapsodas: letrados de la poesía como Manuel Pérez Diéguez o Higinio Albarrán que vertieron en verso polvoriento sus ocurrencias. Pensamos que están en fiesta: en la eterna danza delante del Cordero Inmaculado.

 

A LA HORA DEL ÉXODO.- El Sábado de Fray Raúl.

 La historia reciente de Herbón suena a paraíso perdido, a éxodo dramático. Herbón ya no será. Pero todavía es en la vida de muchos. Si nos preguntamos: ¿en quién más?. Contestamos sin vacilar: EN FRAY RAUL.

 

Raúl será para la posteridad el símbolo y la estampa. Se dirá que todos le hemos visto en mismo camino: el de la sonrisa y de la Paz. Y si le preguntamos a él mismo dónde está, contestará: EN MI SABADO. Es decir, mirando a las pequeñas leiras de su vida y viendo que “todas las cosas eran buenas”.

Aquel mozo de Antas de Ulla que llegaba un día cualquiera a Santiago “para hacerse fraile”; se albergaba en una pensión y decía que iba para San Francisco, mientras los dueños se sonreían disimuladamente; se adentraba en la magna casona y le parecía la nueva catedral de Santiago, pero con el Pórtico de la Gloria en procesión. Sería postulante para hermano. Aprendería a hacer cosas, “ de todo”, pero siempre viendo y callando. Luego, visto “bueno”, fue novicio rezador y fraile recogido, y mereció los votos y la Profesión.

 Corría 1946 con sus hambres y miedos, porque el mundo estaba en guerra. Raúl parecía bueno, humilde, incluso eficaz. Valdría para cualquier convento. Se le probaría: iría a Louro, a conocer el mar y la soledad “poblada de aullidos”. Pronto se le vio para más: hacía mucha falta en el Colegio de Herbón, porque era serio, piadoso y “sabía hacer”.

 Pero  Herbón era un hervidero. Decenas de colegiales que lo invadían todo; que  se saciaban sólo en las fiestas de San Antonio y San Benito; que querían jugar mucho y estudiar poco; que rezaban mucho más de lo que les gustaba. Y Raúl, con sus compañeros Serafín, Ramón y José Alberte, trabajaban de sol a sol: desayunos; comidas diarias; rezos; labores en la huerta a las órdenes de Fray Rogelio. No tenían premios ni recompensas: les sonreían a veces los rectores José Aller; José Furelos, Antonio Fernandez Gil; José María Vázquez y menos Eías Villota y  Manuel Fernández Diéguez. Y les reñían los síndicos, sobre todo Leonardo y Basilio, porque “gastaban mucho”. No les estaba permitido hacer de papás o mamás con los colegiales. Para eso estaba Fray Gregorio, asceta por las medidas de los Padres Rodríguez y La Puente, y cantor de catequesis, como San Francisco Solano en el Tucumán.

 Caminaron los tiempos. Hubo más colegiales y más cursos. Llegaron los coches en formato de furgonetas. Se improvisaron marchas  y campings. Vinieron señoras para la limpieza y la cocina.  Se abrieron laboratorios y bibliotecas y  hacía gorjeos la Schola Cantorum. Para Raúl quería decir MAS TRABAJO.  Será en adelante concinero, hortelano, conductor. Pero sabe ajustar su paso: trabajará con el accidentado Fray Ramón, amansando eventualmente sus truenos, y con Lola, la buena “mamá” de los niños.

 Y llegan los años de los vuelos espaciales. Desde el Concilio y por el Concilio los frailes lo quieren cambiar todo. Se suceden los ensayos: un seminario múltiple y disperso en Herbón, Castroverde y Zamora; unos proyectos arquitectónicos que quieren un Escorial entre carballos; sueños de colegios  estelares en Orense o en Lugo; cierres e inauguraciones con fechas puntuales. Es decir, el torbellino del desconcierto, que termina en la casa vacía y la jaula sin pájaros. Raúl sigue su camino de paz en medio de la borrasca; ahora más cotizado que nunca, porque hasta los regidores de Padrón saben de sus postres y dulces y el vecindario lo ve como “padrino” de todos.

 Y como llegó, salió. Con su pequeño maletín y camino del principio. En Santiago había comenzado y en Santiago vive ahora su agosto. Es su sábado de Hombre de Dios que sólo ve que “todas las cosas fueron buenas”.

 Los poetas de mañana preguntarán por Raúl. Oirán contar sus pisadas tranquilas; sus sonrisas de hostelero complaciente; sus faenas calmosas pero eficaces; su buen humor a toda hora; acaso también su silencio contemplativo. Y pensarán en las reecarnaciones de los buenos frailes y monjes. ¿Será el monje de Armenteira que despertó a los trescientos años?.  Pero no,  porque Raúl apenas duerme. Dios y los hombres lo encontraron siempre despierto.

 

[i]   Glosas por libre al libro POETAS DE HERBÓN (El Mundo 2005),  al gusto de José García Oro.