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CUSTODIOS DE LA MEMORIA.
Carta de Pascua. Abril 2006

. Carta del Ministro General de la Orden Franciscana, Jo´se rodríguez Carballo a toda la Orden..

Queridos Hermanos ancianos y enfermos, el Señor os dé la paz!

La celebración de la Pascua del Señor 2006 llega en un momento particular de la vida y de la misión de nuestra Orden. Este año, en efecto, se celebra el VIII Centenario del encuentro de san Francisco con el Crucifijo de san Damián. Este encuentro, que señaló el comienzo de la conversión del Pobrecillo de Asís, se encuadra en el centro de la primera etapa del camino de preparación que nos conducirá, en el 2009, a la celebración del VIII Centenario de la Fundación de nuestra Orden. El 2006 es también el año del Capítulo general extraordinario que nos permitirá, como Fraternidad universal, el “proporcionarnos un tiempo de pausa para reflexionar juntos- como he escrito en la Carta de Apertura del 4 octubre 2005-, para permanecer en atenta escucha de todo lo que el Señor nos pide, para examinarnos sobre cómo observar mejor todo lo que cada uno de nosotros ha prometido en el día de la profesión, para volver, con ímpetu renovado, a anunciar el Evangelio de Cristo entre los hombres y mujeres de nuestro mundo”.

Así pues, también mi Carta para la Pascua-2006, será particular, por el contenido y sobre todo por los destinatarios. Mi dirijo a vosotros Hermanos ancianos, y especialmente, a vosotros Hermanos enfermos, que sois para nosotros un “icono” viviente de Cristo pobre y crucificado y por esto mismo Hermanos “privilegiados” de la Fraternidad, como quería nuestro Padre san Francisco.

Me dirijo a vosotros para manifestaros mi cercanía, mi afecto fraterno, mi gratitud; para deciros que sois importantes para la Orden, la Iglesia y los hombres y mujeres de nuestro tiempo; para confiar a vuestra oración las vocaciones para nuestra Familia, los proyectos misioneros de la Orden y del Ministro y Definitorio general, y sobre todo en este año 2006, el Capítulo general extraordinario y el VIII Centenario del comienzo de nuestra forma vitae.

El 29 octubre 2005 he inaugurado oficialmente, en Asís, las celebraciones del VIII Centenario de la Fundación de la Orden. En aquella circunstancia he invitado a todos los hermanos a colocarse ante el Crucifijo de san Damián, en un clima de oración y con el corazón abierto, para dejarse interpelar por esos grandes y resplandecientes ojos, y así conocer y luego llevar a la práctica, con su gracia, “su santo y verdadero mandamiento” (PCr).

La Entidad y las Conferencias han dado comienzo, a su vez, a las celebraciones con motivo del acontecimiento jubilar. A cada Hermano se le ha entregado el Crucifijo y un tríptico en el que se describe un breve itinerario para la contemplación del Crucifijo de san Damián. Durante el 2006 la imagen del Crucifijo de san Damián será una “fuente franciscana”, porque nos revela el sentido de la conversión de san Francisco y la comprensión que él tuvo del misterio pascual (cf OfPas).

La Cruz es el “lugar” de la revelación del verdadero rostro de nuestro Dios : “Dios ha amado tanto al mundo como para entregar a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16), una vida que fluye, como de un manantial, de las llagas de Cristo. Son estas las llagas que hay que contemplar para comprender que “Dios es amor” (Ijn 4,8). “Y es desde aquí donde debe definirse lo que sea amor. A partir de esta mirada el cristiano encuentra el camino de su vivir y de su amor” (Benedicto XVI, Deus caritas est, 12). Traduciendo las palabras de la primera Encíclica del Papa al lenguaje franciscano, se podría decir que la Cruz es el “lugar” que nos hace exclamar: “Oh, cómo es ... amable y sobre toda cosa deseable tener un tal hermano y un tal hijo, nuestro Señor Jesucristo, el cual ofreció su vida por sus ovejas” (I Lf 13-14). Pero también es el “lugar” donde encontramos “el camino” que hacer, para “seguir más de cerca las huellas de nuestro Señor Jesucristo” (CCGG 5), un “camino” que exige “lavarse los pies uno al otro” (cf Rnb 6, 4) según la enseñanza y el ejemplo del Señor, quien “no ha venido para ser servido sino para servir” (cf Adm 4,1).

Queridos “Hermanos mayores”, sois las personas mejor situadas para comprender el lenguaje del “costado abierto de Cristo” (Benedicto XVI, l.c.) y para llevarlo a la vida, como enseñanza. Con el pasar de los años, en efecto, se está en grado de hacer una “lectura” más serena de las personas, de los cambios, de las situaciones; para retocar los bordes de los acontecimientos y dulcificar situaciones dolorosas; para superar el mito de la meritocracia y de la eficiencia. Así pues, aunque puedan disminuir las energías o se reduzcan las capacidades operativas, vosotros sois todavía preciosos en el diseño misterioso de la Providencia; “sois capaces de infundir corage por medio del consejo amoroso, la oración silenciosa, el ejemplo del sufrimiento acogido con paciente abandono (Juan Pablo II, Carta a los ancianos, 1 octubre 1999, 13); sois capaces de “volver a dar al amor la frescura de la gratuidad – como escribía, dirigiéndose a los Hermanos ancianos, el precedente Definitorio general con motivo de la fiesta de san Francisco, 1998-; habeis aprendido a dejaros amar para responder con el sacrificio silencioso de una vida que se ha convertido todo ella en un don. Así pues se tiene más tiempo para dar, para amar; se encuentra “en el amor y en el amar una ocupación suficiente”.

El Crucifijo de san Damián, delante del cual ora san Francisco, es el “Altísimo, glorioso Dios” (PCr); es el Viviente, el Resucitado, Aquel que sube junto al Padre. La oración de Jesús, “Padre, glorifica a tu Hijo” (Jn 17, 1), ha sido escuchada. Esto proporciona “al amor y al amar” el valor de eternidad, orienta nuestra vida hacia el verdadero horizonte: Dios mismo. Es verdad, para todos la vida es una peregrinación hacia la patria celeste, pero la vejez es el tiempo en el que naturalmente se mira a la meta de la madurez. Los años, los días que el Señor os concede vivir, no son por tanto, espera de un “acontecimiento destructivo”, sino el conjunto de un camino confiado que conduce a los brazos de Dios, Padre previsor y misericordio (cf Juan Pablo II, o.c., 15-16; y VC 70).

La conversión de Francisco comienza con una pregunta dirigida en 1206 al Crucifijo: “Señor, qué quieres que haga?”. Es la pregunta que también vosotros, durante este año, debeis hacer para poder re-escuchar la respuesta del Señor, y así poder cambiar de vida, como dice el proyecto La gracia de los orígenes: “Escuchemos para cambiar de vida” (p. 16), haciéndola visible y significativa; para vivir con renovado entusiasmo cuanto habeis prometido en vuestra profesión; para discernir lo que el Señor os pide en esta época de vuestra vida. Se trata de un desafío. Hay, en efecto, un peligro real, aquel de creer que ya no necesitais “pedir” o “conocer” nada después de tantos años de vida franciscana y después de haber superado problemas o situaciones difíciles; de replegaros sobre vosotros mismos o de llenaros el ánimo de lamentos, de sentiros dispensados de la exigencia de una continua renovación.

Es verdad, se suele comparar a la vejez con el otoño de la vida. Pero el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene el privilegio de decidir no envejecer. “Hay una juventud del espíritu – se lee en la Exhortación apostólica Vida Consagrada- que perdura en el tiempo; y está en relación con el hecho de que el individuo busca y encuentra en cada ciclo vital algo nuevo que hacer, un modo específico de vivir, de servir y de amar” (VC 70).

No os “hagais viejos”, Hermanos queridos. Siempre es posible marchar hacia “países desconocidos” como Abraham; estar en situación para poder “ver” lo “nuevo” como Simeón y Ana; ser capaces de vivir con alegría “cada dìa”: la oración, la escucha de la Palabra, la vida sacramental, el servicio a la Iglesia y a los hombres y mujeres de hoy, según el carisma franciscano, la ayuda en el caminar de los Hermanos jóvenes que inician el camino en nuestras Fraternidades, la presencia sapiente y pacificadora en nuestras Fraternidades misioneras.

Os sostenga y os entusiasme a conservar vivo el sentido de la espera y de la búsqueda el ejemplo de san Francisco, quien “no creía haber llegado a la meta, y perseverando incansable en el propósito de una santa renovación, esperaba siempre poder recomenzar de nuevo” (1 Cel 103).

Queridos Hermanos ancianos y enfermos, la Iglesia os necesita: con vuestra presencia alimentais la vida del pueblo de Dios, difundiendo la cultura de las bienaventuranzas: sois “signo de Cristo y de su forma de vida”, y mientras estais invitando “a no anteponer nada a Dios y a su reino”, sois “ejemplo para todos de generosidad en la oración y en la dedicación al prójimo” (Cf Juan Pablo II, Angelus, 30 enero 2000).

Y también sois preciosos para nuestra Orden. Sobre todo porque formais una parte consistente de nuestra Fraternidad: mayores de 70 años sois más de 4.700. La mayor parte de vosotros participa activamente en la vida y en la misión de la Fraternidad; Incluso, en alguna región, sois vosotros a llevar adelante actividades, presencias y ministerios. Sois preciosos, sobre todo, porque sois una reserva de experiencia, de sabiduría, de capacidad para recoger lo que es esencial e importante, un ejemplo de generosa fidelidad. Sí, la ancianidad no es el fin o la vaciedad de una vida espiritual: aún tenéis mucho que dar, sobre todo en este momento providencial en el que estamos empeñados en “redescubrir” nuestra historia, para revivirla y reescribirla en un modo nuevo, tanto que quede abierta al futuro (Giacomo Bini, La Orden hoy, 11 junio 2000, II, 1).

Sois indispensables para coronar este nuestro “sueño”, porque sois custodios de nuestra memoria, “bibliotecas vivientes” de un inestimable patrimonio de valores, de experiencias humanas y espirituales, de testimonios entusiasmantes y proféticos; porque sois, en particular, un reclamo constante a lo único que puede dar solidez a nuestro “obrar”: el “buscar a Dios”, seguir a Cristo, que permanece siempre como la norma suprema de nuestra vida franciscana.

La Iglesia os agradece vuestra fidelidad y vuestra vida puesta al servicio del pueblo de Dios (Benedicto XVI, Carta en la Asamblea Plenaria de la CIVCSVA, 25 septiembre 2005). Yo, como Ministro general y siervo de la Fraternidad universal, os doy las gracias por todo cuanto habeis hecho y haceis, y de un modo particular por lo que sois: “sacramento” de la fidelidad al Señor con respecto a nosotros y por las maravillas que ha obrado en vosotros y por vosotros, “llamadas” vivientes para responder con generosidad a tanto amor.

 

Queridos “Hermanos mayores”, renovándoos mi reconocimiento, y el de toda la Orden, y con el deseo de sentirme cercano a vosotros en esta etapa preciosa de vuestra existencia, os saludo fraternalmente, enviándoos un deseo y haciendoos llegar, como recuerdo de este nuestro “encuentro”, una oración.

El deseo es que podais hacer vuestras las palabras de un gran “viejo-joven”, Juan Pablo II, escritas en la Carta a los ancianos, del 1999. Las palabras son éstas: “A pesar de las limitaciones propias de la edad, conservo el gusto por la vida. Y doy gracias al Señor. Es bonito poderse entregar hasta el final a la causa del reino de Dios” (N. 17).

Y la oración es de san Francisco, puesta en la conclusión de la Carta a la Orden. Hagámola nuestra, nos ayudará a comprender el sentido y el recorrido de nuestro camino:

“Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, concede a todos nosotros, miserables, hacer por Tí lo que sabemos que te agrada y desear siempre lo que te place para que, limpios interiormente e iluminados y encendidos con el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu muy amado Hijo nuestro Señor Jesucristo y llegar con sola tu gracia a Tí, Altísimo, que vives y reinas en Trinidad perfecta y simple unidad y eres glorificado Dios omnipotente en los siglos de los siglos. Amén”.

 

Roma, Curia General, 19 marzo 2006. Solemnidad de San José

Fr. José Rodríguez Carballo, ofm Ministro General

Prot. 096523