Carlos Amigo Vallejo -
Sevilla 8 de diciembre de 2006.

Homilía del Cardenal Arzobispo de Sevilla en la solemnidad de la Inmaculada Concepción

 

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1. Ante los males que le afligen , se había entristecido el corazón del pueblo "como se estremecen los árboles del bosque por el viento". No temas ni desmaye tu corazón, les dice el profeta, porque se os va a dar una señal: Dios pondrá su casa entre vosotros. El Mesías nacerá de una Madre Virgen (Cf Is 7, 1-14) . ¿Por qué tener miedo? Dios está con nosotros.

Anuncio de gran esperanza es éste. Pero, el gran problema es que no siempre nos fiamos de Dios. Llega la tentación de pensar que Dios está lejos, que no escucha, que no nos protege, incluso que con sus mandamientos nos quita un tanto de nuestra misma libertad. Sin darnos cuenta que el mal es lo que nos lleva a esa tremenda esclavitud del encerramiento en nuestro propio egoísmo. En cambio, el bien y la generosidad conducen a la más auténtica y gozosa libertad.

No hemos de tener miedo ni al bien ni a la libertad. Gracias a ellos podemos vivir como personas auténticas. No tengáis miedo que "la voluntad de Dios no es para el hombre una ley impuesta desde fuera, que lo obliga, sino la medida intrínseca de su naturaleza, una medida que está inscrita en él y lo hace imagen de Dios, y así criatura libre" (Benedicto XVI. Homilía en la Inmaculada 8-12-05) .2.

Como decían recientemente los obispos de la Conferencia Episcopal Española: "Es cierto que hay muchas dificultades, en la Iglesia y en el mundo. Es cierto que la Iglesia y los cristianos hemos perdido mucha influencia en la sociedad y tenemos que afrontar duras situaciones de empobrecimiento. Pero también es cierto que Dios nos ama irrevocablemente; que Jesús nos ha prometido su presencia y su asistencia hasta el fin del mundo; que Dios, en su providencia, de los males saca bienes para sus hijos. La Iglesia y la salvación del mundo no son obra nuestra, sino empresa de Dios. No es el momento de mirar atrás añorando tiempos aparente o realmente más fáciles y más fecundos. No hay fecundidad sin sufrimiento. Dios nos llama a la humildad y a la confianza, seguros de que en nuestra debilidad actual se manifestará el poder de su gracia y de su misericordia. En la providencia misericordiosa de Dios nuestro Padre, las dificultades contribuyen también al bien de sus hijos: nos purifican, nos mueven al arrepentimiento y a la renovación espiritual. La cruz es el camino para la Vida. A nosotros toca secundar con humildad y fortaleza los planes de Dios y saber apreciar las nuevas iniciativas que surgen en la Iglesia como frutos del Espíritu y motivos para la esperanza. La Iglesia no pone nunca su esperanza ni encuentra su apoyo en ninguna institución temporal, pues sería poner en duda el señorío de Jesucristo, su único Señor" (Orientaciones morales ante la situación actual, 24) .

2. No temas, le dice el ángel, has encontrado gracia delante de Dios. Y saluda a María como la llena de gracia (Lc 1, 30) . Es decir la que esta rebosante del amor de Dios. Desde ese momento de la encarnación del Verbo, los ojos y el corazón de la Iglesia están puestos en la Madre Inmaculada.

También el ángel, en el anuncio a María, le dice que el reino de su Hijo no tendrá fin (Lc 1, 33) . En estas palabras se afianza más y más nuestra esperanza en la bondad de Dios, que llega mucho más allá de cuanto podamos imaginar. Dios no es un extraño. Está metido en nuestra propia vida.

Nuestra existencia, nuestra historia es imposible sin Dios. No solo se derrumbarían las más sólidas y queridas tradiciones religiosas, culturales y morales, sino que nos quedaríamos sin luz para responder a los interrogantes más importantes y al mismo sentido de nuestra existencia.

Es verdad que tenemos serios motivos de preocupación cuando aparece ese empeño en imponer, casi como principio incuestionable, un laicismo beligerante contra lo religioso, así como una moral individualista carente de toda norma objetiva. Ni podemos renunciar a lo que son las fuentes de nuestra fe, ni tampoco a las verdaderas raíces de nuestra cultura, de nuestra historia. Ello no quiere decir que no tengamos que estar abiertos y llenos de comprensión y respeto a los que tienen otras ideas, otros modos de comportamiento religioso y social. Pero no se nos puede pedir que renunciemos a ofrecer públicamente nuestros convencimiento religiosos y de hacerlo de una manera humilde, positiva y convincente. No se trata de imponer a nadie ni nuestras creencias religiosas, ni nuestra moral, simplemente ofrecemos aquello que tenemos.

3. María fue la mujer santa elegida por Dios, preservada de todo pecado y llena de gracia. Madre de Dios y de la Iglesia. "María está tan unida al gran misterio de la Iglesia, que ella y la Iglesia son inseparables, como lo son ella y Cristo. María refleja a la Iglesia, la anticipa en su persona y, en medio de todas las turbulencias que afligen a la Iglesia sufriente y doliente, ella sigue siendo siempre la estrella de la salvación" (Benedicto XVI Homilía en la Inmaculada 8-12-05) .

Si, como decía el Papa, se ha puesto en nuestras manos una Iglesia más valiente, más libre y más joven (A los Cardenales 20-4-05) , no ha sido para resistir ante los acosos de unas posibles y difíciles circunstancias históricas, pues la Iglesia no existe para adaptarse al mundo, sino para poner la semilla del evangelio en el mundo. Ello no quiere decir, en forma alguna, que olvidemos las preocupaciones y sufrimientos de las gentes de nuestro tiempo, sino que les ayudemos a superarlos con el compromiso social y con la esperanza que brotan del mismo evangelio.

"El cristianismo está abierto a todo lo que hay de justo, verdadero y puro en las culturas y en las civilizaciones; a lo que alegra, consuela y fortalece nuestra existencia. San Pablo, en la carta a los Filipenses, escribió: "Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta" (Flp 4, 8) . Por tanto, los discípulos de Cristo reconocen y acogen de buen grado los auténticos valores de la cultura de nuestro tiempo, como el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico, los derechos del hombre, la libertad religiosa y la democracia. Sin embargo, no ignoran y no subestiman la peligrosa fragilidad de la naturaleza humana, que es una amenaza para el camino del hombre en todo contexto histórico. En particular, no descuidan las tensiones interiores y las contradicciones de nuestra época. Por eso, la obra de evangelización nunca consiste sólo en adaptarse a las culturas, sino que siempre es también una purificación, un corte valiente, que se transforma en maduración y saneamiento, una apertura que permite nacer a la "nueva criatura" (2 Co 5, 17; Ga 6, 15) que es el fruto del Espíritu Santo. (Benedicto XVI. Discurso Asamblea eclesial Verona 19-10-06) .

4. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Ef 1, 3-4) .

En Cristo, Dios ha querido bendecirnos eligiendo a María. Ella es, en verdad, la honra de nuestro pueblo. Ella es la Madre que se compadece, la que comparte el sufrimiento de sus hijos, la señal y consuelo de nuestra esperanza. Nos ayuda a vivir con alegría y fortaleza nuestra fe, a arriesgarnos con una practica permanente de la virtud de la bondad.

"En el día de la Inmaculada debemos aprender más bien esto: el hombre que se pone totalmente en manos de Dios encuentra la verdadera libertad, la amplitud grande y creativa de la libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y junto con él se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamente él mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se aleja de los demás, retirándose a su salvación privada; al contrario, sólo entonces su corazón se despierta verdaderamente y él se transforma en una persona sensible y, por tanto, benévola y abierta" (Homilía en la Inmaculada 8-12-05)

La acción santificadora del Espíritu Santo, que colmó de gracia a la Inmaculada Virgen María, llegará a nuestro pan de cada día para que se lo ofrezcamos a Dios como eucaristía santa y lo recibamos en comunión, a manera de una encarnación eucarística, según el decir de los Santos Padres.

Al volver a nuestras casas, cantaremos las mismas palabras que dijo la Virgen María ante regalo tan admirable como es el que el Señor nos ha hecho: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen" (Lc. 1, 46-50) .

Sevilla 8 de diciembre de 2006

tCon mi bendición
Carlos, Cardenal Amigo Vallejo
Arzobispo de Sevilla