Un diálogo entre creyentes

¡Qué fácil es entenderse cuando juntos miramos a Dios! El creyente quiere hablar de Dios. Por eso, el verdadero diálogo interreligioso no es un entretenimiento filosófico, ni una mesa redonda sobre temas sociales, políticos y culturales que pueden afectar a unos y otros. De todo eso se puede discutir, y es bueno y conveniente que se haga. Pero el creyente quiere encontrarse con el hombre de fe y hablar de Dios.

Cuando se olvida esta relación fundamental con Dios, el diálogo religioso no puede llegar a buen puerto, pues los intereses privan sobre la gratuidad de la fe religiosa, el racionalismo apaga la luz de la oración, los prejuicios roban la confianza al encuentro fraterno y la libertad queda secuestrada por integrismos imposicionistas.

El diálogo interreligioso tiene un gran enemigo: el desconocimiento recíproco . Pocos son los cristianos que han hablado sinceramente de su fe con un musulmán. Desde la otra parte ocurre lo mismo: no se ha estado cerca de un auténtico cristiano. No es infrecuente encontrarse hoy con un musulmán. Pero se le considera nada más que como un inmigrante, como un trabajador, como un extranjero. Pocas veces se le ve como creyente. Por parte del musulmán, el cristiano es el policía, el empresario o el capataz, la cruz roja o el comedor para transeúntes.

Entre hombres descreídos es muy difícil encontrar caminos para la fidelidad. Se verá al contrario, no al creyente. Se piensa tener delante un enemigo que abatir, no un hermano al que ayudar. Cuando en el diálogo se oculta la propia fe, se está haciendo una ofensa al interlocutor, al que se juzga incapaz de respetar la diferencia.
Ni un cristiano, ni un musulmán, puede vivir como si Dios no existiera. Es algo contradictorio con la misma existencia de cada uno. De ahí que el “diálogo de la vida” sea imprescindible . Es el encuentro en medio de los afanes diarios. La familia y el trabajo, los sufrimientos, las aspiraciones, la alegría del compartir. Buen camino es éste para el entendimiento y para ayudarse mutuamente a ser fieles a Dios.

El diálogo no es de civilizaciones, de culturas, de pueblos. Es de Dios y sobre Dios . Las diferencias y los lenguajes pueden ser tantos como distintos. Dios único, Padre y Señor de todos. Es el Clemente, el Misericordioso, el Pacífico, el Altísimo, el Creador, el Santo, el Dios de amor... Todos ellos son “dulces nombres” de Dios, del único Dios.

Si mencionar a Dios es “el mejor alivio de los corazones”, como se repite en la tradición islámica, buen camino para el entendimiento de cristianos y musulmanes tiene que ser el hablar de Dios entre los que creen en Dios. •


Mons. Carlos Amigo Vallejo Cardenal Arzobispo de Sevilla