Carlos Amigo Vallejo -
Purificación de la memoria
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La Tercera de ABC.
Septiembre 2006
 

 

.. Si hemos de agudizar la memoria, que no sea empeño en buscar para odiar y zaherir, sino para encontrar maneras de caminar hacia el futuro de la mano de esa excelente compañía que es la de la reconciliación... Image

Es recurso literario usado con frecuencia: se lleva al protagonista del relato a ese escenario donde se vivieran sucesos de antaño. Si el guión es para el cine, suelen ponerse los recuerdos en blanco y negro. Con muy poquito blanco y mucho de lo otro. Aquellos personajes y esos acontecimientos figuran en listas de muertos y sucesos pasados. Pero se pueden desenterrar los muertos y volver a leer actas que posiblemente no se escribieron. Si quien hace tal labor busca sinceramente el bien, la justicia y la paz, habrá que alabar tan rectas intenciones. Pero si se deja que domine el odio, los resentimientos y hasta el deseo de venganza, puede ocurrir lo que se ponía en los labios de aquel prelado de la película «La misión», que meditando sobre los que habían muerto a causa de la injusticia y de la violencia, decía que ellos viven, porque dieron su vida por defender sus convencimientos, pero nosotros, si no somos capaces de hacer la paz, seremos los muertos.

En manera alguna podemos olvidar lo que Dios ha hecho con su pueblo. Más bien, recordar lo admirable que ha sido con sus bondadosas acciones. Así es como los profetas instaban al pueblo a que agudizara la memoria e hiciera fiesta al recordar la magnánima grandeza del Señor. Pues pecado, contra la virtud de tan buena y justa memoria, no podía ser sino el de la ingratitud, que es tanto como despreciar lo que hicieron de bien aquellos que nos precedieron.

¡Nada debemos al pasado y obligación alguna nos corresponde con el futuro! Así gritaba la llamada posmodernidad. Afortunadamente, pronto llegaría la afonía de tan disparatada como presuntuosa idea. La memoria no se recupera destruyéndola, sino acercándose a lo de ayer para recoger, como dice san Pablo, todo lo verdadero, lo noble, lo justo, lo puro, lo amable, lo honorable. En fin, todo lo que sea virtud y digno de elogio. Eso es lo que debéis tener en cuenta.

La memoria histórica es patrimonio de la humanidad. Debe ser cuidada con esmero. Recuperar la memoria, sin conocer bien lo que sucediera, es exponerse al grave riesgo de hacer de la ignorancia bandera. Con todas las deplorables consecuencias que tal proceder puede acarrear. En alguna ocasión hablé del querido y sabio archivero, al que me lamentaba de la enorme oposición que estaba encontrando al tratar de conmemorar el quinto centenario de la evangelización de América. Parecía como si historia tan singular estuviera escrita solamente en páginas negras. «Invítalos a venir a Simancas, me decía, que aquí abriremos arcones y baúles y juntos leeremos documentos y legajos». Era un convencido de que solamente en el documento contrastado se puede leer y valorar la historia.

Otro de los pecados, en la recuperación de la memoria, suele ser el de querer sentar en el banquillo de los acusados a los protagonistas de acciones pasadas y juzgarlos sin piedad, teniendo como código de referencia la propia, orgullosa y pretendida ejemplaridad: «si nosotros hubiéramos estado allí, no se habrían realizado tales desmanes». Dar golpes de pecho en el pecho de los demás no es oficio recomendable.

Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI han hablado frecuentemente de la necesidad urgente de purificar la memoria. Las experiencias vividas en el siglo XX están urgiendo ese trabajo de purificación de la memoria, pues solamente así se pueden disponer los hombres a acoger el regalo de la reconciliación y de la paz. Más que recuperar la memoria, habría que purificarla. Benedicto XVI tuvo unas inspiradas palabras en la visita al campo de concentración de Auschwitz, cuando distinguía lo que es recordar y lo que era acusar, y afirmaba, de una manera contundente, que «la violencia no crea la paz, sino que sólo suscita otra violencia, una espiral de violencia en la que, en último término, tan sólo puede haber perdedores».

Purificar la memoria es limpiarla de aquellas manchas que llenaron de indignidad a quienes causaron el mal y de resentimiento a quienes lo sufrieron. No hay mejor y más eficaz producto, para esta operación de limpieza, que el agua de la justicia. No tiene colores políticos. Es un bien de todos. Pero tampoco habrá que olvidar el acompañarla de la magnanimidad, que es noble grandeza del alma y hace al hombre digno de los más altos honores. Honra de muchos quilates es la de pedir sinceramente perdón, manifestar el arrepentimiento y aceptar la pena que corresponda por haber incumplido la ley y acarreado tanto mal.

Memoria, sin embargo, es mucho más que recuerdo. Es vivir, en actualidad y presente, lo que sucediera antaño tiempo, y se celebra como acontecimiento nunca interrumpido a lo largo del tiempo. Esta es la memoria de la acción religiosa, del misterio de fe, particularmente referido a la Eucaristía. Al celebrar este memorial se hace realmente presente el acontecimiento central de nuestra fe y salvación cristianas.

Si ha de recuperarse, que sea para purificarla. Dejar atrás lo que fue la muerte y destrucción de la justicia, y sacar, como el sabio del evangelio, todo lo bueno, justo y ejemplar que haya en nuestra historia. Si hemos de agudizar la memoria, que no sea empeño en buscar para odiar y zaherir, sino para encontrar maneras de caminar hacia el futuro de la mano de esa excelente compañía que es la de la reconciliación y del deseo de trabajar juntos por ese inapreciable bien que es la paz. Creo que así es como se honra la memoria de quienes sufrieron.

No se puede recuperar la memoria para profanarla con intereses ideológicos sobrepuestos, porque ese camino no puede sino llevar a la distorsión de los hechos con tal de apoyar, aunque sea con la falsedad, los propios argumentos. Recuperar la memoria no es alterarla, sino honrarla con el brillo de la verdad. La memoria, de la buena, es la que conduce a mejorar el presente, agradeciendo lo pasado y buscando en ello sólidos cimientos de sabiduría para el futuro.

En cristiano, la memoria no es tanto cuestión de recuerdos como de fuentes, de raíces. Piensa uno, por ejemplo, en esta fiesta de la Virgen de agosto, en la que, con multitud de títulos distintos, se hace memoria de esa bendita mujer que fue la Madre de Dios y lo sigue siendo de los hombres. Memoria imborrable de la generosa lealtad de Dios a quien tan fiel servidora fuera.

Para nosotros, recuperar la memoria es poner sobre la mesa de la propia vida, ideas y comportamientos, las acciones y la palabra de Dios. Así es como de verdad se honra a quien lo hizo y a aquellos que nos lo transmitieron. Si hay que recuperar la memoria, que sea la evangélica, para tenerla en el corazón y los labios como norma de conducta y sentido de fidelidad. ¡Feliz tú, porque has creído! Así se lo dijeron a la Virgen María, porque en ella se iban a cumplir las promesas de Dios. La memoria de la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo, es la mejor de las pruebas.

CARLOS AMIGO VALLEJO , Arzobispo de Sevilla