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La vida cristiana según la justicia y la paz

Publicado en “Consumo y ahorro responsables en la vida religiosa”,

Cuadernos CONFER, nº 33

 

Pórtico


Las presentes reflexiones no son sino un intento de provocar y evocar. Provocar la reflexión acerca de cuestiones tan importantes y actuales como son las inversiones bancarias, el consumo responsable y el comercio justo. Y evocar lo mejor, lo más loable de la vida cristiana, entendida siempre en su misión de proclamar el Reino de Dios que Jesús de Nazareth diseñó y soñó. Los cristianos somos mujeres y hombres de Dios al servicio de la causa humana, para lo cual -qué remedio- debemos insertarnos en el mundo de las posibilidades para tratar de ser signo visible del Dios invisible, seres comprometidos en la causa de la justicia y la paz que forman parte ineludible de nuestra identidad como cristianas/os.

Un vistazo al mundo


En las últimas décadas hemos asistido a un desarrollo tal de la tecnología y otras muchas ciencias que podemos decir que nunca antes en la historia se logró tanto avance en tan poco tiempo, con sus pros y contras. Hoy en día gozamos de una serie de comodidades que, por una parte, nos han ofrecido mayor confort pero también en buena medida han provocado una cierta reducción de nuestro ideal de vida evangélico que no siempre encaja bien con este estilo de vida postmoderno basado en una sociedad de consumo que hace de nosotras/os piezas de un gran engranaje que sobrevive gracias al dinero. El ser humano contemporáneo cuenta para el neo-liberalismo económico y político en cuanto consumidor o votante, cuando no como sujeto de explotación, como lamentablemente está ocurriendo con millones y millones de personas en todo el mundo. Y aquí llegamos al quid de la cuestión: el dios “moloc” del dinero, el becerro de oro, ante el que nos doblegamos de uno u otro modo. Me viene al pensamiento aquello de “no podéis servir a Dios y al dinero” , o “¡qué difícil les será a los ricos entrar en el reino de los cielos!” . Y ésta es la primera e intencionada provocación: ¿en qué medida el dinero condiciona nuestra vida cristiana? No podemos sino estar al servicio de la verdad, y lo cierto es que lo económico es un factor clave en el desarrollo de nuestras tareas evangélicas y evangelizadoras pero al mismo tiempo una gran tentación al servicio del egoísmo.

La vida cristiana como reacción al poder y la opresión


Nadie podrá dudar que nuestra vivencia de la fe conlleva un compromiso de servir al prójimo, al bien común, como Jesús mismo nos mostró. Por eso la vida cristiana ha de ser una respuesta al mundo de las injusticias. La guerra, lamentablemente, sigue siendo la respuesta a las diferencias, aparte de ser un gran negocio en el que se ven inmersas personas concretas, los “señores de la guerra”, e incluso gobiernos de estados democráticos, que hacen su agosto a costa del sufrimiento de los más pobres. En este contexto generalizado de injusticia es en donde debe brillar como luz en las tinieblas la vida cristiana, como colectivo humano de hombres y mujeres que, movidos por la fe, hacemos posible un mundo más justo y fraterno, sin olvidar que la paz que ansiamos es la consecuencia inmediata de la justicia. El poder se manifiesta de diversas formas, a veces muy sutilmente. El poder si no es servicio es opresión. El poder, en clave evangélica, es compromiso y solidaridad, es amor al prójimo, amor inteligente, amor que procura el bien de los demás a toda costa.

El don de la libertad


La obediencia debida a Dios se plasma a través de mediaciones. Una de ellas, quizás la más desconcertante, es la de asumir la propia responsabilidad desde la libertad de conciencia, hacer de nuestra vida un auténtico don para los demás siempre en clave de servicio. El Reino de Dios lo es de justicia que se cimienta en el compromiso a favor de un mundo más justo y fraterno. Y para lograr este entorno evangélico habrá que echar un vistazo a nuestras comunidades, a nuestro modo de vivir nuestro cristianismo. Y tres claves de interpretación, tres termómetros que tomen la temperatura de nuestro compromiso con el mundo, pueden ser: nuestra sensibilidad y compromiso con las relaciones comerciales justas (el llamado comercio justo), nuestro ser en la sociedad de consumo, y la forma de administrar nuestro dinero, en aras de una ética bancaria que haga que el dinero produzca pero siempre sin perder de vista la dimensión evangélica que nos identifica.

El comercio justo


A lo largo de los últimos años se ha extendido y se ha dado a conocer una nueva forma de entender las relaciones comerciales entre las personas y los pueblos basada en la justicia, y no en la opresión de los más pobres en beneficio de los más poderosos. Hoy son ya muchos los movimientos, ONGs, e incluso organizaciones de Iglesia que tratan de sensibilizarnos acerca de las consecuencias de un neo-liberalismo abusivo impuesto por los poderes de las grandes multinacionales. Incluso existen en nuestras ciudades establecimientos comerciales basados en esta clave interpretativa del mundo del comercio. No podemos, no debemos, cerrar nuestros oídos ni nuestros ojos a todo lo que está sucediendo en el mundo del trabajo en el que tantas veces la miseria va unida a la explotación, siendo nosotros receptores del fruto del trabajo forzado al que se ven sometidos millones de seres humanos.

Los cristianos vivimos en sociedad y, en buena medida, dependemos de todo este sistema capitalista de entender la economía. Hoy es usual que compremos nuestros productos: alimentos, ropas, etc, en grandes superficies comerciales, o en lo que damos en llamar supermercados, que están a la vuelta de la esquina. Pero quizá no seamos muy conscientes de lo que una compra nuestra, en principio inocua, puede estar provocando en este mundo globalizado. Se sabe por ejemplo -y es vergonzoso- que grandes multinacionales del sector textil o de prendas deportivas están elaborando sus productos en países del llamado Tercer Mundo aprovechándose de la situación de necesidad de muchas personas, incluso niños. La sociedad de consumo trata el factor humano como un elemento más, esencial sin duda, para que todo el sistema funcione. La persona o bien es potencialmente un consumidor que permite que siga funcionando la máquina, o es un peón, un objeto de explotación. Lógicamente todo esto fuera de conducir a la armonía social acaba generando todavía más desigualdad.

Así pues, como potenciales consumidores, los cristianos debemos acertar en nuestro modo de comprar. Conviene que seamos críticos, que hagamos uso de esos establecimientos de comercio justo que existen ya en algunas ciudades, y en todo caso que nos cercionemos de qué producto estamos comprando, cuál es su origen, y llegado el caso que denunciemos la situación de explotación, o que dejemos de comprar a quien sabemos que está aprovechándose del frágil. Los cristianos debemos tener conciencia de justicia y ser la voz de los sin voz.

El consumo responsable


Nadie puede dudar que hoy en día, en nuestro ámbito geográfico, vivimos inmersos de lleno en la llamada economía de mercado alentada por la filosofía neo-liberal. Nosotros, nuestras familias y comunidades cristianas, somos potencialmente consumidores, una pieza más del engranaje. En nuestro modo de consumir también se nos debe reconocer como discípulos del nazareno. Es evidente que el consumismo desenfrenado está provocando una crisis de valores en esta sociedad en la medida en que hoy se exalta lo material en detrimento de los más altos ideales del ser humano. Y una consecuencia visible de nuestro modo de consumir es la situación actual del medio ambiente, hogar común de toda la humanidad. La “hermana-madre tierra” de san Francisco de Asís se nos está convirtiendo en un súbdito al que maltratamos.

Nuestro consumo ha de ser responsable para no caer en los excesos y sus consecuencias. Reciclar es una palabra clave. Debemos tratar de favorecer el que la basura no se acumule sino que se reconvierta. Debemos tratar de avanzar en lo referido al ahorro energético. Los cristianos no somos secuaces del consumismo sino mujeres y hombres desprendidos, capaces de consumir lo indispensable. Además la excesiva ostentación acaba convirtiéndose en nuestros tiempos en un contra-signo puesto que nuestra sociedad, una sociedad de las apariencias, está muy pendiente de nuestra forma de situarnos ante la vida y sus retos.

La ética bancaria


Sería excesivamente simplista decir que hoy en día, a ojos vista de la vida cristiana, el dinero no tiene ninguna importancia. Nuestra vida personal y familiar, las obras sociales de la Iglesia, la mayoría al menos, son sustentadas por activos económicos que nos permiten hacer mucho bien. Pero corremos el riesgo de caer en la idolatría. En este sentido la propuesta de Jesús era muy clara. El dinero es útil, es un instrumento al servicio del bien, siempre y cuando lo administremos con sentido común y según la verdad y la justicia. Hoy en día los bancos, las cajas de ahorro, las entidades financieras, se han convertido en santuarios del dinero. Pero el que hizo la ley hizo la trampa. Los peritos en cuestiones económicas y financieras son quienes nos llevan la delantera y a veces caemos en la trampa. Invertimos nuestros fondos económicos, pero debemos hacerlo según criterios claros y en base a una ética. Lo nuestro es para compartir con los que menos tienen.

Nuestra respuesta: el Evangelio


 

Y ya para concluir esta reflexión no me cabe sino afirmar, y lo hago así, con toda intención y contundencia, que nuestra identidad como cristianas/os tiene mucho que ver con el mundo y con cómo nos comportamos en el mundo, cuáles son nuestras opciones y si somos o no más de Dios que de lo mundano. Nuestro mayor testimonio es el del servicio en base a la máxima del amor al prójimo, un amor que comienza por tratar de vivir la paz desde la justicia. “Dios es amor” , un amor inteligente, un amor que discierne, un amor audaz que se compromete y no se deja atrapar por la seducción del mundo. Invertir éticamente, consumir responsablemente y favorecer la justicia en las relaciones sociales, pueden ser tres formas concretas de ser hoy cristianas/os en este mundo globalizado tan complejo. El evangelio es, sigue siendo, la clave de nuestro compromiso, de nuestra forma de ser y estar en este nuevo mundo que es don y tarea, reto constante, marco sagrado en el que hemos de hacer significativa nuestra opción de vida cristiana. Consumir responsablemente, favorecer relaciones comerciales justas, e invertir nuestro dinero éticamente, pueden ser tres formas, tres lenguajes, de seguir haciendo de nuestra vida un signo elocuente en esta sociedad tan marcada por el mundo del dinero, las relaciones comerciales y el consumismo, y tan necesitada de alma. Seamos pues, tal y como Jesús sugería, “dóciles como palomas y astutos como serpientes” .

Fr. Francisco Javier Castro Miramontes

Delegado de Justicia y paz, OFM